
“Si estás seguro de que entiendes todo lo que está pasando, estás irremediablemente confundido”.
Walter Mondale
“¿Me estoy enloqueciendo?” Esta es la pregunta más frecuente que mis clientes me han hecho en todos mis años como consejero de duelo, me temo que la respuesta es sí, hasta cierto punto. El duelo te hace creer que te estás enloqueciendo. La segunda pregunta más frecuente es: “¿Es esto normal?”. Y puedo decir que, sí, es normal. Sentir que te estás enloqueciendo es normal en el duelo. La pérdida cambia radicalmente nuestra vida, hasta parece surrealista.
Una de mis clientas, una señora mayor que solía preparar un chocolate caliente para ella y su marido todas las noches una hora antes de acostarse. Seguía preparando dos chocolates calientes cuando su marido había fallecido un año antes. No lo hacía conscientemente, sabía que era un viejo hábito. En algún lugar de su subconsciente, su marido seguía vivo y quería un chocolate caliente. A veces esto la molestaba, a veces la confundía, pero a menudo la hacía sentir más cerca a él.
Sus amigos y familiares pensaban que se estaba enloqueciendo, estaban muy preocupados por ella. Pensaban que debía buscar ayuda profesional. Así es como la conocí, Juntos hablamos de su dolor y aceptó su ritual nocturno como algo normal, ayudándola a entender que le estaba ayudando a aceptar la muerte de su marido. No se estaba enloqueciendo. Su instinto de seguir haciendo dos chocolates calientes en lugar de uno era muy normal, y en el duelo, aprender a seguir tus instintos es la mejor manera de avanzar.
Puede que tengas pensamientos y sentimientos poco habituales, pero lo que suele ser extraña en la vida suele ser habitual en el duelo.
En las primeras semanas del duelo, puedes sentirte completamente desorientado: posiblemente llores por todo, puedes olvidar dónde has puesto las cosas, solo para descubrirlas más tarde en algún lugar desconocido. Pero, con el tiempo, vas mejorando.
Puede que veas la cara de la persona que has perdido en la multitud. Crees haberle visto, haber oído su voz o incluso olido su perfume o colonia. Esto ocurre en cualquier lugar. Puede que te despiertes por la noche y jures que has sentido su presencia en la habitación o que has oído su nombre. Dudas en compartir estas experiencias con los demás. Estas ocurrencias son más comunes de lo que se cree, hasta pueden durar un par de años.
No es sólo la pérdida de un ser querido lo que resulta tan doloroso. También son todas las demás pérdidas que se producen; la forma en que la persona vivía, hablaba, caminaba, amaba, comía, dormía, trabajaba… A menudo, la muerte de un ser querido no sólo provoca dolor por lo que se ha perdido, sino también por lo que la persona nunca tuvo ni tendrá.
En muchos aspectos, se pierde el presente y el futuro. Esto afecta especialmente a las parejas. Una muerte puede poner distancia en algunas o unir a otras. Puedes sentirte desconectado de los demás, te puedes retraer aún más, lo que refuerza este sentimiento. Esto puede hacerte creer que “los demás no me entienden”, que suele ser el caso.
El problema es que el duelo causa: entumecimiento, conmoción, tristeza, desesperación, ansiedad, soledad, aislamiento, depresión, dificultad para concentrarse, olvido, irritabilidad, ira, aumento o disminución del apetito, somnolencia o insomnio, fatiga, estrés, culpa, arrepentimiento, llanto, dolores de cabeza, debilidad, dolores, añoranza, preocupación, miedo, frustración, desapego…
El duelo es una experiencia tan surrealista, que te llevará a buscar algo familiar. Puede que busques apoyo en tu familia y en tus amigos, pero también los puede cambiar; algunos te evitan, otros te adoran, y otros te critican. La cuestión es que están buscando su propia normalidad.
Los primeras meses son confusos. Te despiertas muchas mañanas pensando que tal vez todo haya sido una pesadilla, pasas los días intentando dar sentido a la vida. Parece absurdo que el mundo siga, después de esta tragedia. Por desgracia, la mayoría de los dolientes no pueden escaparse de sus obligaciones y responsabilidades como cuidar de los hijos o seguir yendo al trabajo. Además, ahora deben asumir nuevas funciones y obligaciones, las que heredó cuando su ser querido murió: cortar el césped, lavar la ropa, ser padre soltero, cerrar las cuentas de las redes sociales, cerrar las cuentas bancarias, ocuparse de las facturas del seguro y de los servicios públicos, quizás acoger a los nietos.
Aún más desconcertante es el vacío que sienten los que ahora tienen menos responsabilidades como resultado de la pérdida. Tal vez han pasado el último año ocupándose de los tratamientos y las recetas, las citas médicas y los cuidados paliativos. Ahora que estas cosas ya no son necesarias, su vida como cuidador ha concluido. Debes empezar a vivir de nuevo el resto de tu vida “normal”.
Tal vez, ahora, no haya nadie que tenga prisa para levantarse. La vida ha cambiado para siempre, sientes que todo carece de sentido. Los amigos ya no saben qué decirte y ya no te sientes igual. Estás confundido sobre tu propósito. Todo lo que sabías de la vida ha cambiado. Te cuestionas el sentido de la vida. Te preocupas alejarte de la gente al hablar de tu ser querido y de la muerte y te preguntas si se supone que ya deberías estar mejorando. Es difícil volver a encontrar belleza y alegría en el mundo.
Todos estos sentimientos son normales. Lo sé porque los he sentido antes en muchas ocasiones y porque he escuchado a cientos de personas hablar de esto. Si estás preocupado porque crees que tienes un trastorno psicológico como la depresión, la ansiedad o el TEPT, consulta a un profesional de la salud mental.
Esa angustia intensa e implacable del duelo será sustituida, con el tiempo, por momentos menos frecuentes de tristeza, añoranza, ira y frustración. Seguirán habiendo días malos, pero sabrás que tu situación está mejorando cuando esos días cada vez disminuyen en cantidad.
Eso no significa que lo estás superando, ni que olvides a las persona que has perdido. Sabes que nunca volverás a ser el mismo, empiezas a aceptar que debes integrar todo y seguir adelante.